viernes, 22 de febrero de 2019

NO TIENE NOMBRE.

¿Que me pasa?
*Suspiro*...

Mi cabeza está hundida en un millón de por qués. Empiezo tratando de entender. Buscando una razón. Una lógica. No sé por qué tengo que inspirarme a escribir cuándo estoy ubicada en el fondo de la nada, con el corazón destrozado en miles de pedazos que respiran aunque ya están ahogados. Descubrí que sí existe una cosa peor que alguien te escriba como un enfermo, y es cuando alguien te enferma con su indiferencia. No sé por qué aún tengo valor para escribir a quién nunca va a leerme. Me encuentro aquí... Utilizando la misma gramática con que un día se enamoró. Y que hoy duele recordar tanto como tener que olvidar. No sé por qué tengo que escribir la palabra olvido. Eso nunca estaba pactado, prometido ni pensado. 

Y aunque sí, tuve un gran presentimiento me negué mil veces a aceptarlo. Y la razón quizás, es porque nunca quise escribir sobre el fin y mucho menos de un adiós. Y ya que me encuentro centrada en ninguna parte, miro hacía el pasado donde todavía me arrastro sin orgullo sin ego, recordando cada palabra, cada beso, cada abrazo, cada lágrima de alegría, cada sonrisa y cada ilusión... Y te juro que daría mi vida por no decirle pasado a lo que anhelé vivir en mi futuro. Esos pequeños instantes que deseé que fueran eternidad. Y que en mis dedos se han escurrido tal como siete años efímeros. 

Me derrumba tener que escribir sobre el mayor de mis miedos  que siempre ha sido perderte. Y experimenté el primero cuando temía a que te fueras y te fuiste. El segundo, la realidad me grita que no será diferente. No sé por qué apunté a lo imposible. Y aposté lo que no tenía para quedar en deuda conmigo misma. No sé por qué creí tanto en una historia que sabía cómo terminaría. No sé por qué creí en mis sentimientos cuando han sido mis peores consejeros, más no mis enemigos, porque también les creí cuando me dijeron que era amor ese primer día que te vi. Y desde ese momento siempre supe que de alguna manera volvería a ti. Que no había marcha atrás. No hubo remedio. No hubo freno. Aceleré como quién conoce muy bien la vía. Mi corazón siguió latiendo contra mí. Puso todo a tu favor. Jugaste. Ganaste... Y yo perdí. 

Y no, no estoy feliz de haber perdido la pelea, la batalla y la guerra por hacerte ver que valía la pena. Mi peor fracaso ha sido no lograr que te vieras a través de mis ojos.
Quería demostrarte que encontrarte fue el acontecimiento más grande de mi vida. Que renací cuando te vi. Que era imposible mirar a otra persona de la misma manera que a ti. Porque aún sin tú quererlo, sin tener un mérito, desde aquel día te pertenecí.

Me tenías en tus manos sin conocer mi fragilidad...
Podías contemplarme y sonreír.
No necesitaba más que esa curvita en tu mejilla para respirar.
Pero usaste la fuerza bruta.
Y me quebré.

No sé por qué te idealizé como la pieza faltante en mi rompecabezas. No sé por qué una vez más me equivoqué al creer que un ser humano es más que un ser humano. Alguien capaz de acompañarme en medio de mis tinieblas. Que espantara mis demonios tan solo con su presencia. Con su abrazo. Con su calor. Alguien capaz de poder encontrar en mi algo bueno, y disfrutarlo.

Lo que nunca dije es que no era casualidad que te conocí cuando empezaba a vivir e intentarlo una vez más. Que de ser un gato estaba entregandote la última vida que me quedaba. En algún momento te lo advertí, que después de ti, la pared, ya después de ti no sería más.

No te juzgo, las heridas eran mías. No podía cometer la injusticia de obligarte a proteger lo que yo misma puse en peligro. Me quité las vendas por necesidad de que besaras cada una de mis cicatrices, y admiraras el coraje de seguir intentándolo con tanta fuerza a tu lado, más no pensé que me echarías alcohol y las rasguñarias hasta lastimarme el Espíritu. No te culpo. Hoy sé que no puedo volver a quitarme las vendas para poder sanar. Y que como canta Shakira: «No puedo pedirle lo eterno a un simple mortal.»  Nunca te habían amado así y no supiste que hacer con tanto. Ojalá algún ser más osado apueste y gane. Alguien que logre amarte mejor, o con menos errores ¿Existirá? Ojalá... Ya no tengo más que perder.

Me aferré a ti como si en el mundo nada más importara. Como si no hubiesen más habitantes en este planeta. Cómo si fueras la única estrella del universo. Yo que siendo un océano de inseguridades nunca me senti tan segura de algo como lo ha sido amarte. Y que aún sin saber lo que quería, sabia con certeza que si anhelaba tus manos entre las mías. Y me costó oirte hablar de tus sueños aquel día, la belleza y emoción de tus ojos brillar, porque tú me hablabas de tus sueños y yo estaba viendo a mi sueño hablar. Nunca fue egoismo, ni envidia de tus tantas ambiciones, es que mis sueños al tenerte se hicieron realidad.

No sé por qué me duele obligar mis pensamientos a olvidar ese día donde perdí la mitad de la fe. Descubrí que era un camino incierto el que decidiste emprender y que no formaba parte de el. 

Poco a poco, paso a paso vi como te ibas alejando. Te hablé. Te llamé. Era un camino que apareció de repente. No estaba en nuestro plan. Te dije, hey no. Pero caminaste más lejos y te grité. Grité: ¡No podré! Me empecé a desesperar porque te alejabas, no te sentía, apenas te veía. Perdí el control y comencé a correr tras de ti, pero ya ibas muy lejos. En medio de esa carrera me caí, me tropecé y aún en el suelo, te seguí gritando, pero me quedé en alguna parte donde no conozco a nadie, parece un mar, es profundo, no doy pie. Sentí que corrí, luego que nadé y nadé. Me cansé. Mi cuerpo no pudo más. No logré que me escucharas. No logré detenerte. No logré alcanzarte. No pude hacerte entender que ese camino nos separaría. Creo que me oiste gritarlo y te reiste. Es lo último que recuerdo. Amargo recuerdo.

Pero ya sin fuerzas te perdi de vista. Mi respiración entrecortada. Latiendome a mil el corazón. Latiendome a mil la vida. No se dónde estás. No logro visualizarte. No logro verte. No logro sentirte. No sé si estás bien. No sé si aún conservas esa risa. No sé por qué si me viste en el piso gritándote, llorando y con desespero no te detuviste, no sé por qué no volviste. Tenía la fuerte esperanza de que correrías y me ayudarias a levantar. Me quedé sin voz. Mil intentos fallidos. Tenia fe de que volverias por eso me quedé aqui. Como la loca del muelle de san blas. Con la esperanza viva de que me ibas a abrazar. Que me dirías vamos. Que tomarias de mi mano y te regresarías a oír lo que tenía para decirte.

Dedicarte mi vida no fue suficiente.
Merecías más. Lo sé. Pero te di todo. Y todo no lo fue. Aún sabiendolo quise intentarlo una y otra vez. No sé por qué. Quizás porque te amé con cada parte de mi ser. Pero ya desde esta distancia es imposible que puedas tan siquiera imaginar lo que siento. Y si aún corro con la poca suerte de que te preguntes por qué, es porque lo que siento... no tiene nombre.



1 comentario: